Recientemente Jose Román Roche publicó un artículo sobre las casas que mi abuelo Juan - conocido en Azuara como Juanito el Calvo- hizo en los años veinte del siglo pasado, dando lugar a lo que hoy es la Calle de Las Flores, dicho artículo abordaba el asunto desde el punto de vista arquitectónico y recordaba a las personas que habitaron y habitan dichas casas. En el presente artículo me propongo dar algunos datos históricos y un resumen de mi experiencia como residente ocasional de la penúltima de estas casas mirando la calle desde la Calle Nueva en dirección a las Peñicas.
Esta fué la casa que mi padre recibió en
herencia a la muerte de mi abuela Paquita en 1986 y que restauró con gran
cariño y con la ayuda de buenos profesionales de la localidad: los dos Churitas, (Emilio Fleta Plou, albañil
y su primo Jesús, electricista), Pascual Laporta Casamayor en las labores de
carpintería y los Landingas en los trabajos de herrería.
Según los datos que he conseguido recabar
en las conversaciones con mi padre y mis tíos, gracias a la herencia otorgada
por mi bisabuelo Clemente García Oliveros, padre de mi abuela Paquita, alcalde
de la localidad cubana de Jaruco fallecido en 1914, pudieron mis abuelos
emprender varios proyectos. Uno de ellos fué la adquisición de una finca
agropecuaria en Zaragoza y otro, la construcción de una paridera en un terreno
dedicado a huertas que había comprado en su etapa de boticario de Azuara, hacia
1922. Por lo visto la dueña de esa parcela de huerta le insistió tanto que
acabó accediendo, aunque no le interesase demasiado tal compra. La Calle de la
Huerta, paralela a la calle de las Flores, recuerda este antiguo uso del terreno.
En ella están las entradas traseras de las casas, con sus correspondientes
puertas falsas.
En 1926 se empezaron las labores previas
y, cuando habían acarreado la piedra, mi abuelo pensó que estando tan cerca del
pueblo, merecía mas la pena hacer una fila de casas que una paridera.
Viendo un detalle del plano de Azuara en
1918 que aquí se incluye, cuando aún no se habían construído las casas, la
actual calle quedaría donde dice "se pierde", al final de la acequia
de riego, desde el número 154 al 168 aproximadamente.
Todas las casas tuvieron dimensiones y
distribución similares, como si de un antecedente de los chalets adosados se
tratase, salvo la última casa, propiedad de mi abuelo hasta los 70, que tenía
una planta algo mas grande y aprovechaba el desnivel del barranco para
construír dos semisótanos, creando la hermosa bodega que recuerdan mis tíos
Paquita y Joaquín, sobre todo Joaquín,quien pasó en ella no pocas temporadas
ayudando a mi abuelo en las tareas del campo.
En este esquema del catastro puede
apreciarse lo que digo. Nuestra casa era la Nº 14:
Antes que nosotros vivieron en ella
Josefa la Zabala y su marido Pascual Fuertes el Zabal. Ellos
habían fallecido y la casa se encontraba vacía cuando mi padre la heredó. Yo no
ví la casa antigua tal como era antes de la restauración, pero mi padre me
cuenta que tenía estancias bastante oscuras, pues solo había un par de ventanas
pequeñas por vertiente y piso para evitar pérdidas de calor. Me dice que había
puerta rústica de entrada de hoja partida que daba paso a un espacio amplio con
cadiera y hogar, desde el que se accedía a un pequeño dormitorio, a un cuarto
de aperos y a la cuadra. No había cocina, pues se guisaba en el hogar y tampoco
baño. Hay que tener en cuenta que en Azuara, como en muchos pueblos de Aragón,
no hubo ni agua corriente ni red de alcantarillado hasta los años 70. Como
anécdota diré que mi abuela Paquita hizo instalar baño con bañera y ducha en la
casa de mi bisabuelo Rafael donde vivió unos años antes de hacer estas casas,
en la plaza de la iglesia, que ahora es de la familia Muniesa. Cuando nuestra querida Emilia La Cantala
visitó la casa, se quedó muy asombrada de que hubiese un baño en cada planta.
Desde la cuadra se accedía al corral, en el que había una zolleta para tocinos
y sobre ella un jaulón de conejos. El piso de arriba se dedicaba a
granero-almacén, con un tabique bajo la viga maestra que lo dividía en dos
espacios iguales. Cuando llegamos a la casa las golondrinas habían anidado
entre los maderos, que probablemente eran de chopo cabecero. Nadie se atrevió a
echar a las golondrinas porque decían que daba mala suerte. Los suelos y la
escalera eran de yeso. El corral se prolongaba hasta la citada Calle de la
Huerta, con puerta falsa y un pasillo por el que entraban y salían las
caballerías.
En el artículo anterior se generó cierto
debate en torno a la existencia o no de piedra vista en las fachadas
primitivas. Al respecto puedo decir que la fachada que daba a nuestro corral no
se tocó en la restauración y tenía la piedra vista, aunque con mas rejunte que
en la fachada principal, pues se usaron piedras menos trabajadas, mas
irregulares, que dejaban huecos mayores entre ellas. Según apunta Jose Román,
probablemente era conveniente eliminar al máximo tales huecos para proteger
bien la cara norte de la casa, mas expuesta al frío cierzo dominante. Pero la
duda que se planteaba en el anterior artículo queda resuelta: la piedra de
estas casas cuando se hicieron quedaba a la vista, no había una capa completa
de mortero de cal que las ocultase. En la foto adjunta se puede apreciar cómo
era esta pared:
La restauración convirtió la tosca casa
original en una vivienda que, conservando cierta rusticidad, resultaba
confortable y tenía un diseño de lo mas acertado, obra de Rafael Calvo, mi
padre. De 1987 a 1996, yo fuí casi la única persona que aprovechó la casa, pues
la tenía como base de operaciones para mis excursiones de geología y como lugar
tranquilo para estudiar, leer, pasear por la chopera y hacer fotos o montar
películas de super-8. Luego estuvo unos años alquilada. Recuerdo lo bien que se
dormía en el piso de arriba y el agradable paisaje que se divisaba desde todas
las ventanas. Por las que daban al corral se veía la ermita de San José y el
barrio del Gurgu. Por las que daban a la calle, Las Peñicas, las choperas y los
campos que rodeaban el pueblo por su límite oeste, pastos frecuentados por las
ovejas que encerraban cerca. Recuerdo como agradables todos los olores
genuínamente rurales: el de la leña, el de los fogones, el de la tierra mojada,
el del estiércol, tan distinto del mal olor de los actuales purines y, en algún
día de fiesta el delicioso olor del ternasco a la brasa. Fué también esta casa
lugar de alegres reuniones familiares, como muestra esta imagen:
Me
dió mucha pena tener que renunciar a tan entrañable casa, pero hacían falta
recursos para otros menesteres mas importantes y a la familia no le compensaba
mantenerla, por lo que se vendió en el año 2002.
De las excursiones geológicas hechas
desde esta casa, algunas en bicicleta, recuerdo sobre todo el Jurásico del
Balsete de Mosén Serón, de Almonacid de la Cuba y de Belchite y el Paleozoico
de Fombuena-Luesma. Yo solía estar en casa estudiando o dedicado a mis
aficiones, no me dejaba ver apenas por el pueblo, a veces solo salía para
comprar en el Ferial o para comer con la familia Martín Alconchel, de tan grato
recuerdo.
Quiero dedicar este artículo a mis
vecinos y amigos Jose María Martín Zaragozano que en paz descanse, a su mujer
Carmen, al abuelo Joaquín y a toda su familia, que tan gentilmente y con tanto
cariño me acogieron en su casa.
Clemente Calvo
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